Ayer, en nuestro encuentro de Comunidad de Vida Cristiana (CVX), hicimos un tiempo de oración de contemplación. (Esa oración en la que San Ignacio propone imaginar la escena, meterse en ella, mirar lo que los personajes hacen, escuchar lo que dicen, y tener una conversación con alguno de ellos). Contemplamos el evangelio de la curación del ciego Bartimeo (Marcos 10, 46-52).
En ese ejercicio espiritual, me veo metido dentro de una multitud de personas, con una multitud de intereses y de egos cruzados. Todos me empujan, y en medio de ese caos, yo te miro, Jesús. Después de curar a Bartimeo, a pesar de que estoy lejos, tú te volteas, me miras y me haces señas para que me acerque.
Me preguntas lo mismo que a Bartimeo: ¿Qué quieres que haga por ti?
Y yo, que tengo una cantidad de preocupaciones puntuales, solo atino a mirarte y las palabras que me salen son: «Necesito seguirte, Señor».
Entonces me dices: «Pues bien, toma tu cruz —todas tus preocupaciones— y sígueme.» Y así, mi carga se aligera.
Solo puedo sentir que sí…
Que quiero ir detrás tuyo.
Tú me das la confianza para caminar en este mundo.
Tú sabes hacia dónde vas.
Tú me aseguras que este es un viaje hacia el cielo prometido, hacia esas moradas en el cielo que fuiste a preparar para nosotros (Juan 14, 2-3).
La intensidad de esta sensación de querer seguirte, Jesús, es nueva. Es nuevo sentir que tú eres el Camino.
Que tú eres la Luz.
Que seguirte es mi camino.
Que no dejar de mirarte es la clave.
Que tú no me dejas hundir en el fango.
Que tú eres mi brújula, mi referencia en la vida.
Que mi vida tiene más sentido al seguirte.
Ahora voy a caminar con una referencia clara: Tú. Porque tú eres la luz en medio de esta confusión de ruidos, palabras y tensiones que vivo en el mundo.
Seguirte le da sentido —dirección— a mi vida. Ahora sé para dónde voy: voy detrás tuyo, en un viaje hacia el cielo prometido, contigo como mi guía.
Esto me produce descanso y tranquilidad. No estoy solo. No estamos solos.
Ahora tengo futuro, tengo camino, mi vida tiene sentido: ¡Seguirte, Jesús!