Cartas al cielo: Todo lo bueno viene de lo alto

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Carlos Ernesto Pérez

Hoy desperté con el corazón alegre, con el alma perfumada por el encuentro que ayer tuve con mi amigo Camilo. Fue un momento de esos que dejan huella, un espacio donde pude hablar desde lo profundo, escuchar y sentirme escuchado. ¡Qué descanso produce ser comprendido! Compartir las cargas de la vida en un ambiente confiable y seguro es, sin duda, uno de los regalos más preciosos que he recibido. Y en ese regalo, Señor, te descubrí a ti: presente, actuando, acompañándome.

En mi memoria resonó tu palabra, esa que tantas veces me sorprende con su claridad: «No te engañes, todo lo bueno y perfecto que recibes viene de mí, de Dios tu Padre.» (Santiago 1, 16-17)

Esa frase me sacudió, porque reconozco que muchas veces atribuyo las bendiciones al azar, a meras coincidencias, o incluso me olvido de agradecer. ¡Qué fácil es engañarme! Pero al escuchar esta verdad, mi mente se ilumina y mi corazón se libera: todo lo bueno que hay en mi vida tiene su origen en ti, Señor. Tú eres la fuente de cada detalle que me consuela, de cada persona que me da apoyo, de cada encuentro que me llena de alegría.

Gracias, Padre, por recordarme esta verdad sencilla y poderosa: todo lo bueno viene de lo alto, viene de ti. Gracias por la capacidad de escucha que vi en Camilo, por el alivio que sentí al abrir mi corazón, por la compañía que me regalas en cada instante.

Te pido algo, Señor: dame ojos atentos para ver tus bendiciones en el momento exacto en que las recibo, no después cuando hago mi reflexión o mi oración sino en el momento exacto en que las recibo, porque quiero, como el ciego Bartimeo  “verte” en el instante presente, porque quiero alegrarme con tu acción para conmigo… que no me pase de largo tu presencia, que me recree y goce en ella, que celebre tu acción constante en mi vida.

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