“No se queden recordando lo antiguo”, son las palabras del Señor en el libro de Isaías (43, 18). En realidad, esta recomendación no es fácil de acatar. Tenemos la tendencia a encarnizarnos en el pasado haciendo uso de la memoria. Tanto eventos tristes, luctuosos o desagradables; tanto aquellos que han significado experiencias gozosas, alegres, satisfactorias; unos y otros puede la memoria hacerlos casi “presente” para muchos de nosotros, o para todos en algún momento de nuestras vidas. Ya sabemos la frase popular referida a dicho ejercicio de la memoria cuando se enfoca en los eventos positivos: “Todo tiempo pasado fue mejor”. Es verdad, algunos podemos regodearnos en el pasado, venturoso o desafortunado, y perdernos así el presente, tiempo en el cual Dios está creando algo nuevo.

Muchos profetas han hecho eco a estas palabras de Dios: “No se queden recordando lo antiguo”. Jesús fue particularmente insistente en ese aspecto. Sobre todo, lo enfatizó ante la realidad del pecado, convertido para muchos de nosotros en uno de los anclajes que nos hace estar permanentemente atados al pasado. El pecado genera remordimiento. Y el remordimiento nos ata al pasado: “Si hubiese procedido de otra manera; si hubiese hecho lo que me aconsejaron; si no me hubiera dejado llevar de mis impulsos”. Y perdemos energía y alegría volviendo sobre asuntos que ya no pueden ser modificados, hacen parte del pasado y allí permanecerán.

“De nada sirve llorar por la leche derramada”, es otro refrán popular que viene al caso. Jesús lo tiene claro. Por eso dice a la mujer acusada de adulterio: “Vete, y de ahora en adelante no peques más”. La invitación que le hace supone colocar la mirada en lo que puede ser construido desde el presente. Una nueva realidad tiene que ser soñada y dinamizada. “Vete, y de ahora en adelante…” son las palabras que propone Jesús para hacernos caer en la cuenta de la necesidad de ponernos en camino (“vete”; “toma tu camilla”, dirá a otro); son las palabras que nos llaman a comprender que desde este presente siempre podremos construir realidades nuevas. En cambio, nada construimos cuando colocamos nuestros pensamientos, nuestra mente, nuestro corazón y nuestras energías en un tiempo pasado que resulta inmodificable.

Muchas veces he escuchado a personas que se acercan a confesarse: “Padre, este pecado ya lo confesé, pero quiero volver a pedir perdón por ello”. Esa es una de las típicas situaciones que indican que una persona se ha quedado anclada en el pasado. Dios nos perdona, sin duda, pero luego tenemos que escuchar las palabras de Jesús que nos dice “vete, y en adelante…”. En realidad, la expresión “y en adelante…” puede significar una infinidad de posibilidades de acción vinculadas al querer de Dios y por lo tanto alejadas del pecado. El reto no es solamente no volver a pecar. Si uno se queda ahí significa que ha quedado a medio camino. O tal vez ni siquiera eso. No volver a pecar significa que habrá que aprovechar la vida haciendo algo diferente por fuera del ámbito del pecado. Hay que intentar hacer el bien, para quitarle espacio al pecado.

San Pablo lo ha entendido bien. El pasado es basura. Le interesa reproducir en su vida presente la muerte de Jesús para llegar a resucitar de entre los muertos. Sabe que su historia está marcada por el pecado, pero no se empantana en remordimientos y quejas infructuosas. Sabe que tiene una meta; entonces, lucha por alcanzarla.

Otros más recientemente nos han recordado lo mismo. Facundo Cabral no se cansaba de insistir en este tema. Algún día dijo: “Vacíate de pasado y te llenarás de presente, siempre rico cuando lo vives sin preconceptos. En el pasado te encierras con lo muerto, es una muralla que te separa de lo vivo”. Y también nos recordó lo mismo en una canción muy sencilla que dice: “Este es un nuevo día, para empezar de nuevo, para buscar al ángel, que me crece los sueños. Para cantar, para reír, para volver a ser feliz”.

También un bello poema de Mario Benedetti nos recuerda lo inútil que resulta instalarnos en el pasado. Se titula Ayer:

Ayer pasó el pasado lentamente 
con su vacilación definitiva 
sabiéndote infeliz y a la deriva
con tus dudas selladas en la frente.
 

Ayer pasó el pasado por el puente 
y se llevó tu libertad cautiva 
cambiando su silencio en carne viva 
por tus leves alarmas de inocente. 

Ayer pasó el pasado con su historia 
y su deshilachada incertidumbre 
con su huella de espanto y de reproche 
fue haciendo del dolor una costumbre 
sembrando de fracasos tu memoria 
y dejándote a solas con la noche.

Pero volvamos al contexto del pensamiento cristiano. La alegría del Evangelio, del Papa Francisco lo afirma también de manera enfática: “En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres, pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia” (No 84).

Los colombianos a veces parecemos irremediablemente anclados al pasado. Como si viviéramos en él. Incapaces de crear, juntos, en el presente, condiciones nuevas que nos permitan disfrutar realmente de justicia y paz, de equidad y armonía. Cambiar dicha condición requerirá encontrar alguien que como pueblo nos empuje a desatar el nudo de los remordimientos y desinflar el deseo de vengar, al estilo “ojo por ojo”, lo que ya ha quedado en el pasado. Necesitamos alguien que nos perdone el pecado social que durante tantos años venimos cometiendo; alguien que nos diga con voz fuerte “vayan, y de ahora en adelante vivan justamente y en paz”. Jesús nos lo ha dicho hoy. ¿Tuvimos oídos para escucharlo? ¿Oímos su grito? De lo contrario será como dijo un famoso político europeo: “Si el pasado le gana al presente, perderá el futuro”.

P. José Raúl Arbeláez S.J. – Equipo CIRE Ampliado

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *