Sentir y gustar: Ningún algoritmo sustituye a un abrazo

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Genaro Ávila-Valencia, SJ

Uno de los mensajes del Papa León XIV que más me han impactado en este corto tiempo de su pontificado ha sido el que dirigió a los jóvenes, cuando les recordaba que “ningún algoritmo podrá jamás sustituir un abrazo, una mirada, un encuentro verdadero, ni con Dios, ni con nuestros amigos, ni con nuestra familia”. Parece un mensaje obvio, pero no lo es tanto. Dado el contexto actual con sus impresionantes desarrollos tecnológicos y la desafiante y deslumbrante inteligencia artificial (IA), los cristianos tenemos el deber ineludible de hacer puentes de diálogo entre nuestra fe y nuestra cultura, sin despreciar, sin rechazar, sin condenar; sino tratando de encontrar el soplo bello y bondadoso del Espíritu en todo para así poder encontrar a Dios en todas las cosas.

En este contexto, los cristianos abiertos al mundo volvemos a afirmar con profunda claridad nuestra fe en un Dios que se ha encarnado en Jesús, pues “el verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,14). Este principio fundamental e irrenunciable de nuestra fe nos devuelve la mirada a lo real, más que a lo virtual; nos invita a priorizar a la presencia física en toda su plenitud, a propiciar la cultura del encuentro para contemplar vivamente el rostros de nuestros prójimos, el brillo de su mirada, la inocencia de su sonrisa, la frescura de su aroma, la tristeza de sus lágrima, la dulzura de sus palabras, la viveza de su aliento, la calidez de su abrazo y toda la humanidad de su presencia.

Siempre me ha impresionado la hermosa expresión de san Juan de la Cruz en su “Cántico Espiritual” en donde llora la ausencia del Amado a quien sale a buscar apasionadamente afirmando, insistiendo y rogando: “descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura; mira que la dolencia   de amor que no se cura sino con la presencia y la figura.” Así es, la dolencia que produce la ausencia del Amado y de nuestros prójimos también amados, no se cura, sino con la presencia y la figura, es entonces donde podemos comprender toda la profundidad radical del mensaje de Papa León XIV y confiar en que ningún algoritmo, ninguna videollamada, ninguna fotografía, ningún mensaje virtual y ninguna inteligencia artificial puede sustituir la inefable calidez de un abrazo, la comunión que suscita una mirada y la fraternidad que produce un encuentro verdadero.

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