La visión antropológica de Ignacio es muy rica.  Si hubiera nacido en un tiempo anterior, hubiera sido tal vez más corta, pero las oportunidades que le dio la vida en los inicios del siglo XVI le permitieron elaborar una comprensión de lo humano muy bella, además de muy positiva.  Su paso por las cortes, en especial por la de Arévalo, le llevó a cultivar una cierta sensibilidad por las letras.  De seguro, allí aprendió también a cultivar su oído pues según parece se deleitaba con ciertos géneros musicales de la época. Tal como lo estarás pensando, la imagen árida del militar que se cultivó por tantos años contrasta con la realidad de un hombre sensible, capaz de dejarse afectar por la belleza. 

Esta educación cultural de Ignacio en España recibió en Francia su mejor horizonte. El cultivo del humanismo en la Universidad de París le llevó a comprender que esta sensibilidad no era solo un aspecto folclórico de la vida humana, sino informaba la manera como se pensaba y se concebía el mundo. Por este motivo Ignacio insistió tanto en la “pietas et eruditio”, en la experiencia de Dios cultivada en escenarios de cultivo cultural y académico, pues nada de lo humano podía quedar exceptuado de la experiencia de Dios, ya que lo humano es precisamente su escenario natural.

La formación que recibió Ignacio, como vemos, nos ayuda a comprender por qué luego se gana la fama de ser un gran conocedor de la interioridad humana. Y es que no solo se detuvo a cultivarse él mismo, sino se sintió impulsado a compartir su experiencia espiritual con otros, con el mismo calibre y sintonía.  Prueba de ello son las conversaciones espirituales y el intenso flujo epistolar, en las que podemos ver tantos hombres y mujeres que gozaron de la sensibilidad y profundidad de Ignacio.

Pero, ¿cómo hizo para llevar esta experiencia interior a los Ejercicios? Es decir, ¿cómo encontró en la experiencia de su cultura y en la recuperación humanista de la sensibilidad una pedagogía para el encuentro con Dios?  Si pudiéramos preguntarle a Ignacio cómo es el orden de la comprensión humana, él diría que tiene una base perceptiva muy importante. Si en el medioevo se sospechaba de la percepción como camino hacia Dios, Ignacio encontrará allí más bien una oportunidad para el encuentro con Él, pues cree que no solo colabora en los procesos mentales sino es una fuente importante para el enriquecimiento de la vida interior.

Aunque Ignacio en los Ejercicios no propone nunca la práctica de percepción de sentidos, parece que lo supusiera, pues habla de unos “sentidos internos” que se estimulan por medio de la imaginación a la hora de contemplar, que pretenden afectar los sentidos externos, los corporales. Palabras más, palabras menos, es como su hubiese una correspondencia entre “sentidos externos” y otros internos, los cuales son estimulados por la acción de Dios misma en el hombre. Cuando Ignacio propone desde la Segunda Semana la “aplicación de sentidos”, más que proponer una manera de oración, está sugiriendo repasar y reposar la experiencia de afectación de los “sentidos internos” que se vivió en la contemplación, precisamente para intensificar la experiencia espiritual con el propósito de reconfigurar el orden perceptivo y así transformar la sensibilidad del ejercitante.  Me explico: Ignacio tiene una apuesta con la contemplación y es que el estímulo de los sentidos internos no solo redunde en un “aprovechar” de las cosas relativas a Cristo (saber cosas de Él, dejarse admirar o incluso aleccionar), que ya es una buena cosa, sino es todavía más punzante, pues Ignacio quiere cambiar la manera como percibimos dejándonos afectar por la manera como nuestros sentidos internos son afectados por Dios durante la contemplación y estos a su vez educan la manera como percibimos, externamente, con nuestros sentidos corporales.

El problema espiritual, diría Ignacio, no está en el mundo y su realidad, sino en la manera como lo percibimos, pero el dato que extraemos de nuestros sentidos corporales todavía no está educado, tocado, afectado por la experiencia de Dios y por eso se concentran allí muchas pretensiones egoístas, en las que nos buscamos a nosotros mismos. Por este motivo Ignacio quiere que la experiencia espiritual de la contemplación, al afectar los “sentidos internos” estos lleguen a modificar la manera como los sentidos externos informan a los procesos internos sobre qué es la realidad, desde la experiencia de Dios.   Por eso los Ejercicios desembocan en la Contemplación para Alcanzar Amor, que no es otra cosa que el retrato de una sensibilidad transformada: se trata de una experiencia de percepción de la realidad en la que se reconoce la acción de Dios en todo, capaz de movilizar los procesos internos para sintonizarse con lo que encuentra, que es puro don, y por eso el ejercitante reza “Tomad, Señor y recibid, toma mi libertad…”. En efecto, el gran resultado de los Ejercicios es cambiar la manera de participar en el mundo, no porque el mundo haya cambiado, sino porque el mundo interior cambió y la experiencia de Dios alcanzó a conquistar, no solo la mente o las emociones, sino algo todavía más radical: nuestra sensibilidad, nuestra percepción…. Y por eso “todo parece nuevo”.

Por: Andrés Hernández Caro, S.J.

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