La alegría no es un adorno superfluo, es exigencia y fundamento de la vida humana. En el afán de cada día, todo hombre y mujer tiende a alcanzar y vivir la alegría con todo su ser.
En el mundo con frecuencia viene a faltar la alegría. No estamos llamados a realizar gestos épicos ni a proclamar palabras altisonantes, sino a testimoniar la alegría que proviene de la certeza de sentirnos amados y de la confianza de ser salvados. Nuestra memoria breve y nuestra experiencia frágil nos impiden a menudo alcanzar la “tierra de la alegría” donde poder gustar el reflejo de Dios. Tenemos mil motivos para permanecer en la alegría, la cual se nutre en la escucha creyente y perseverante de la Palabra de Dios.
En la escuela del Maestro, se escucha “para que mi gozo está en ustedes, y su gozo sea colmado” y nos entrenamos así en el ejercicio de la perfecta alegría. “La tristeza y el miedo deben dejar paso a la alegría: Festejen…gocen… alégrense, dice el profeta. Es una gran invitación a la alegría (…) Estamos llamados a ser portadores de este mensaje de esperanza que da serenidad y alegría: la consolación de Dios, su ternura para con todos.
Pero sólo podremos ser portadores si nosotros experimentamos antes la alegría de ser consolados por Él, de ser amados por Él. ALÉGRENSE, Carta a los consagrados y consagradas con motivo del año de la vida consagrada. Palabras del magisterio del papa Francisco, Documentos Eclesiales 21, San Pablo, No 11, p. 17-18
P. José Raúl Arbeláez SJ – Equipo CIRE Ampliado