Fornido y apuesto, de San Luis Potosí y familia aristocrática, vivía Juan de Alba con los suyos en una casona inmensa de la Calle de Colima con la avenida Insurgentes, en esta fea, insulsa, inefable ciudad de México, en este moridero. A tantas cualidades juntas, que juntas tan pocas veces se dan, Juan terminó por sumarles la última, la suprema, la locura: loco murió, con una enfermedad suya propia que el eminente psiquiatra doctor Salazar Viniegra le clasificó como parafrenia, la unión de la paranoia y la esquizofrenia.

Los últimos doce o quince años de su desvirolada vida los pasó en otra casa grande, el manicomio, un manicomio de monjas (regentado por ellas, quiero decir). Inventó un idioma, el tubnibita, que se hablaba en Túbniba, rival de Roma, basado en el sistema de absorción literomental, que él también inventó, mediante el cual se tramaban dos o más palabras en una sola como en una cópula, de suerte que la copa de los árboles se llamaba en tubnibita “frondanébula”, y sobre la “verdisoltristada pradera” caía tubnibitamente nuestro padre el sol.

En memoria de Juan de Alba aquí les transcribo estos versos suyos de uno de sus más dementes poemas: “Y otra agua lúgubre gime oculta en el misterio de una casa sorda, y la ánima de un pájaro rojo y loco, loco y tenebroso, tenebroso y sonoro, sonoro y monótono, y el pájaro se llama triste y tierno: el pájaro se llama corazón”. BARBA JACOB EL MENSAJERO, Fernando Vallejo, Alfaguara, 2013, p. 7-8

P. José Raúl Arbeláez SJ – Equipo CIRE Ampliado

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