Me preguntan cómo me transformé en un loco. Sucedió así: Un día mucho tiempo antes del nacimiento de nuestros dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que todas mis máscaras habían sido robadas -siete máscaras que usara y adoptara en otras tantas siete vidas-. Corrí desenmascarado por entre el gentío de las calles, clamando: “Ladrones, ladrones, abominables ladrones”.
Algunos hombres y mujeres se mofaban de mí y otros se encerraron en sus casas, atemorizados. Cuando llegué a la plaza del mercado, un joven desde un tejado gritó: “Es un loco”. Miré hacia lo alto, desafiante; el sol besó mi rostro desnudo y mi alma ardió de amor por el sol y ya no deseé mis máscaras. Y, enajenado, grité: “Benditos, benditos sean los ladrones que robaron mis máscaras”.
Así me convertí en un loco. Y hallé en mis locuras la libertad y la seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido nunca, pues aquellos que nos comprenden esclavizan algo en nosotros. Pero no permitas que me enorgullezca demasiado de mi seguridad, pues ni el ladrón en prisión se halla a salvo de otro ladrón. EL LOCO, Khalil Gibrán, Longseller, 2004, p. 13-14
P. José Raúl Arbeláez SJ. – Equipo CIRE Ampliado