Desde el 2021 cuando el Papa Francisco convocó la preparación del XVI Sínodo Ordinario de los Obispos para tratar el tema de la sinodalidad en la Iglesia se han sucedido muchos movimientos tanto de apoyo como de rechazo. Especialmente la prensa “católica” ha aprovechado estos movimientos para dar cuenta de la falta de unidad en la Iglesia, y a modo de fuego cruzado, acusar a los bandos opuestos ya sea de cismáticos o de herejes. Es decir, han utilizado los miedos de los fieles para hacer política intraeclesial.

La RAE nos define el miedo como la “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”, y en su segunda acepción nos dice que es el “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”. Desde estas definiciones, y desde lo que vemos en la prensa que está suscitando el Sínodo, me parece importante podamos admitir que todos tenemos algún miedo frente a lo que pueda resultar del Sínodo, ya que admitiéndolo e identificándolos podremos poner freno a algunas estrategias de desunión que se están entretejiendo.

A continuación, desarrollaré brevemente los que considero son los principales miedos que podemos tener frente al proceso sinodal.

·        Miedo a perder el poder:

Para quienes detentan esta imagen de Iglesia, el Sínodo, desde su intento de analizar las estructuras de gobernanza de la Iglesia para hacerlas más evangélicas, se vuelve una amenaza directa a lo que entienden debe ser el Reino y el cómo debe funcionar la Iglesia.

·        Miedo a perder la identidad:

Para quienes viven de este modo su fe, el Sínodo, desde su intento de escuchar lo que el Espíritu Santo le dice a la Iglesia hoy por medio del discernimiento, se vuelve una posible amenaza para con el modo de vivir la catolicidad al que están acostumbrados, diríamos que se vuelve una amenaza a su identidad como católico ya que han entendido su identidad como inalterable, y el Sínodo, desde la posibilidad de entender algunas de estas cuestiones solo como practicas externas no constitutivas, puede atacar su identidad.

·        Miedo a perder la batalla:

Dentro de nuestra Iglesia hay muchos hermanos que viven su ser Iglesia con un fuerte sentimiento de pertenencia a alguna comunidad, a alguna teología o a alguna región. Este sentido de pertenencia, que no es malo en sí mismo, puede desvirtuarse llevando a comprender a los otros modelos de Iglesia como “aquellos que están equivocados” o como “aquellos que no saben hacer Iglesia”, y aquí entran todos los adjetivos que ya estamos acostumbrados a escuchar: Herejes, Cismáticos, Conservadores, Liberales, Progresistas, Tradicionales, Tradicionalistas, Originales, etc.

Para quienes viven de este modo su ser Iglesia, el Sínodo, como un espacio de diálogo y discernimiento en común que busca el consenso, se considera un peligro. El dialogar con otro que piensa distinto lleva implícito el reconocer que del otro puedo aprender algo ya que puede tener razón en algo, y eso, para aquellos más encerrados en su sentido de pertenencia, es intolerable. Es cómo que el Sínodo les plantease que deben ceder frente al otro, deben perder la batalla a propósito. Aquí entran aquellos que consideran también que la única postura válida es la que ellos, y sus grupos, plantean, de manera tal que toda otra decisión por parte del Sínodo estará equivocada, sesgada o será ideológica.

Dentro de nuestra Iglesia, en tanto institución, hay muchos hermanos que conservan la visión del Reino y de la Iglesia típica de los Apóstoles antes de la resurrección, es decir, consideran que los puestos de mando son puestos de poder y no de autoridad, puestos de privilegio y no de servicio.

Dentro de nuestra Iglesia hay muchos hermanos que viven su ser católicos desde un fuerte sentido identitario, otorgándoles la Iglesia un sentido de pertenencia fuerte en donde pueden encontrar códigos axiológicos desde los cuales estructurar su vida diaria. Estos hermanos, mayormente pertenecientes a ambientes donde se vive un catolicismo cultural, no siempre han logrado internalizar el elemento relacional de la fe (lo vital de la relación personal-comunitaria con Jesucristo) sino que se han quedado en los elementos, ciertamente virtuosos, de la vivencia externa del catolicismo.

·        Miedo a perder certezas.

Dentro de nuestra Iglesia muchos hermanos viven su fe y su eclesiología como un cúmulo de certezas incuestionables, donde todo proceso que abra la puerta a preguntarse por esas certezas ya es tildado de sospechoso.

Para quienes viven de esta manera su fe y su pertenencia eclesial, el Sínodo, por la apertura de escuchar al Señor por medio de la oración y las inspiraciones del Espíritu Santo, es una instancia innecesaria ya que todo ya ha sido dicho y por lo tanto es todo es inamovible.

·        Miedo a perder la divinidad.

Dentro de nuestra Iglesia muchos hermanos consideran que la Iglesia solo debe ocuparse de las cosas de Dios (especialmente hacen hincapié en la liturgia) y que lo “mundano”, lo perteneciente a “las preocupaciones del mundo” deben ser ignoradas.

Para quienes viven de esta manera su pertenencia eclesial y su vivencia de lo sagrado, el Sínodo, desde su apertura a la encarnación por la que no hay nada del Hombre que le sea ajeno a Dios, se vuelve una gran amenaza de mundanización de la Iglesia. Consideran que este proceso es un tirar las perlas a los chanchos.

·        Miedo a perder el tiempo.

Dentro de nuestra Iglesia hay muchos hermanos que consideran que los ritmos del mundo en el que vivimos (aunque no seamos del mundo) cada vez exigen procesos más agiles y dinámicos por parte de la Iglesia para poder dar respuestas reales, eficaces y eficientes a las necesidades que nos plantea la evangelización de nuestros contextos.

Para quienes viven de esta manera las necesidades imperantes del tiempo y la evangelización, el Sínodo, en tanto proceso temporal que durará en total casi cuatro años, puede ser vivido como un proceso frustrante, el cual, si además no llega a plantear cambios estructurales a la Iglesia, podría entenderse que no ha hecho nada y que la sinodalidad ha sido solamente una moda teológica. Otra forma en que se traduce este miedo es el temor a que todo quede igual.

Ante los miedos mencionados anteriormente, que ciertamente podríamos identificar y analizar con mayor profundidad, considero que, si deseamos evitar que estos miedos influyan de manera negativa en nuestra fe y en el proceso sinodal de la Iglesia, podríamos tomar las siguientes medidas y disposiciones:

Hacernos conscientes de nuestros miedos: ya sea algunos de los anteriormente mencionados, o algún otro que seguramente no se ha sistematizado, es importante ponerle nombre y enfrentarnos al mismo. San Ignacio nos dice en su 11º regla de discernimiento de primera semana que el mal espíritu mucho aprovecha el miedo para ir agrandando la tentación, y que enfrentándolo este vuelve a su estado normal huyendo y escondiéndose.

Orar por el Sínodo: pedirle a Dios por el Sínodo y especialmente por cada uno de nuestros hermanos reunidos sinodalmente. Este pedir a Dios no es pedirle desde nuestra imagen de Iglesia dejando que el miedo marque la oración, sino pidiéndole que sea en la Iglesia lo que Él quiera que sea. Este pedir tiene que ser un ejercicio de aquella indiferencia trabajada en el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales.

 

Las etiquetas dejarlas sólo para la ropa: Es importante que nuestro modo de ser Iglesia tienda a la unidad, y en este sentido un buen modo para comenzar a trabajar en esta es el lenguaje, evitando todos aquellos adjetivos que, en una dialéctica casi maniquea, nos dividen entre buenos y malos, conservadores y progresistas, tradicionales y liberales, etc. Es importante que adoptemos, en este proceso y en nuestra vida eclesial, como modo de ser el estar más dispuestos a salvar la proposición del prójimo que a condenarla, sabiendo que cada uno busca lo mejor para la Iglesia.

 

Todos los miedos mencionados anteriormente son miedos a perder. El perder algo implica posesión de eso que se pierde, y ninguno de nosotros, desde el recién bautizado hasta el Papa, tenemos la posesión de la Iglesia y la totalidad de la Verdad. Puede sernos importante recordar que la invitación del Señor es a perder la vida para ganarla, y esta invitación se nos hace también como Iglesia.

 

Recordar que el Señor resucitado en sus apariciones a los discípulos siempre les dijo “no teman”. El miedo no puede ser nuestro criterio de discernimiento ni pauta de acción, podemos ser críticos, propositivos, cautelosos, o enérgicos frente a las propuestas del Sínodo, pero el miedo no puede ser, si somos seguidores de Jesús, el que marque nuestra agenda.

Joaquín Tabera S.J. – Equipo CIRE Ampliado

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *