Tener conciencia de nuestra existencia es una experiencia desconcertante, asombrosa, absolutamente maravillosa. A cada uno de los seres humanos que han tenido el privilegio de existir se les ha abierto una puerta: la vida. Es una experiencia tan fascinante que, cualquiera sea la cantidad de tiempo que dure, siempre se hace corta, efímera: “Los años de nuestra vida son unos setenta, u ochenta, si hay vigor; mas son la mayor parte trabajo y vanidad, pues pasan presto y nosotros nos volamos” (Salmo 90,10). Hoy existen en el mundo más de siete mil millones de seres humanos. Yo que escribo y tú que lees, hacemos parte de ese multitudinario conglomerado. Un día atravesamos la puerta de la vida y esa puerta sigue abierta todavía. Esa realidad es sostenida por algo, una fuerza, una energía, un ser maravilloso, un Dios. Algo de lo cual nada podemos decir, ante lo cual mejor sería callar: “Mas Yahveh está en su santo Templo: ¡Silencio ante Él, tierra entera!” (Habacuc 2,20).

Nosotros, cristianos, creemos en Jesús y creemos que Él viene de Dios, que es Dios manifestado en la persona del Hijo, de Jesucristo. Por eso lo que Jesús nos enseña de Dios se constituye para nosotros en certeza. Aquello que Jesús nos manifiesta con su vida y su Palabra es “voluntad de Dios”, “querer de Dios”.

Una de las parábolas de Jesús quiere darnos a conocer cuál es la voluntad de Dios: nos dice que al abrirse la puerta de la vida para cada uno de nosotros, puso Dios a nuestro cuidado algo que pertenece a Él. Dios puso bajo nuestra responsabilidad ciertos bienes: “los dejó encargados de sus bienes”. Es necesario meditar profundamente esa realidad: cada uno de nosotros lleva consigo algo que sólo pertenece a Dios. Tenemos la tarea de cuidar algo muy querido por Dios, puesto que son “bienes” suyos.

Pero Dios no solamente quiere que los cuidemos, Él espera que los pongamos a producir. Y tiene como expectativa recibir el cien por ciento de aquello que ha puesto a nuestro cuidado. A uno les ha dado más, a otros menos, pero de todos espera que hagamos rendir esos bienes al cien por ciento. Para hacerlo tenemos este presente, este hoy que misteriosamente Dios nos regala. Con el pasado no podemos hacer nada; el futuro es incierto; en cambio el hoy sí es una posibilidad. Las circunstancias pueden ser difíciles; pero mientras contemos con este presente las posibilidades están abiertas. Alberto Cortez y Facundo Cabral lo cantaron bellamente: “Está la puerta abierta / la vida está esperando / con su eterno presente / con lluvia o bajo el sol”.

Por otra parte, la parábola claramente expresa la siguiente realidad: Dios nos da la vida, con la vida nos regala la libertad; pero luego Dios no se inmiscuye en nuestras decisiones. Nos aporta luces, nos regala a Jesús, nos advierte de mil maneras cuando ve que vamos por los caminos inadecuados; pero respetará siempre nuestras decisiones. Nunca Dios limitará nuestra libertad. Eso nos puede producir vértigo, miedo. En efecto, la parábola también aporta una gran claridad identificando el enemigo que puede llevarnos a fallarle a Dios: el miedo: “Tuve miedo”, dice uno de los siervos. Dios no lo justifica. Al contrario, le pone el nombre adecuado a lo que el siervo ha identificado como “miedo”: maldad y pereza. Son duros los términos, pero son reales. Probablemente todo miedo contiene en su raíz una cierta maldad, una cierta pereza. Hay maldad cuando escondemos lo bueno que Dios nos ha dado sabiendo que podría servirle a otros o a uno mismo. Hay pereza cuando, reconociendo que no existe un solo ser humano carente de dones, perdemos el tiempo presente sin llevar a cabo ningún esfuerzo para ponerlos a producir. La maldad, la pereza, en últimas el miedo, nos empobrece.

¿Cómo vencer el miedo que tantas veces nos puede asaltar? Jesús nos da una clave: la comunidad. Fue uno de sus mayores esfuerzos: lograr consolidar una comunidad. No fue fácil. El resultado lo alcanza Jesús como consecuencia de su vida totalmente entregada a la voluntad de Dios. La totalidad de su vida, incluida su resurrección. Ahí encontramos la fuerza de nuestra fe. Jesucristo es la invitación vital que nos hace Dios a participar plenamente de su proyecto creador, de su plan salvador. Vivir auténticamente una experiencia de comunidad, en la cual nos fortalecemos para compartir y hacer producir mutuamente los dones que Dios nos ha regalado, constituye, ya, la manifestación en la comunidad de la fuerza resucitada de Jesús. Esa fuerza existe; esa fuerza permitió que los apóstoles, discípulos y amigos de Jesús vencieran sus miedos y continuaran trabajando en la realización de la voluntad de Dios: construir verdaderas comunidades humanas, fraternas y solidarias. También Facundo Cabral y Alberto Cortez lo cantaron a su modo: “Está la puerta abierta / juntemos nuestros sueños / para vencer al miedo / que nos empobreció”.

San Pablo es un hombre lleno de esperanza. Él cree firmemente en lo que Jesús le inspiró. Por eso confía tanto en la gracia del Espíritu Santo. Sabe que el Espíritu Santo verdaderamente actúa al interior de los hombres y mujeres que conforman la comunidad. Por eso mismo se atreve a decir que “todos ustedes son hijos de la luz”. Creamos también nosotros, con la misma firmeza que somos “hijos de la luz”. Por eso, no nos distraigamos, no dejemos que entre la pereza en nuestras vidas. El presente es un tesoro y no podemos desaprovecharlo. Propongámonos realmente acrecentar en nosotros la capacidad que Dios nos ha dado para amar. De ninguna otra manera ha quedado tan claramente expresada la voluntad de Dios: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Lo dijo Jesús; pero no se quedó en palabras: lo vivió radicalmente. Eso que Jesús dijo hace siglos, recientemente no lo recordaron los cantautores a los que he aludido: “La vida es encontrarnos / para eso nacemos / porque el punto más alto / es llegar al amor”.

P. José Raúl Arbeláez S.J. – Equipo CIRE Ampliado

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2 comentarios

  1. Que vale más la obediencia o el arrepentimiento ?
    Este cuestionamiento nos confronta, esperando siempre nuestro propio bienestar.
    Los latidos del alma siempre vivifican nuestras dudas y temores,resbalando hacia estados de indiferencia,esperando una nueva oportunidad para entrar al corazón de Jesús.
    Temerosos e indecisos afrontamos nuestras vidas llenas de dudas y engaños, despreciando las oportunidades que el nos brinda.
    Todos padecemos los mismos males, buscamos la justicia y la verdad en la vida de los demás,sin alcanzar mis propias debilidades,pretendiendo alimentar mi propio egoísmo escondido en lagrimas de autoconmiseracion y lastima,refrenando mis deseos ocultos a los ojos de los demás, mientras miramos los defectos y debilidades de los demás.
    La puerta del reino está siempre abierta a la bondad y el amor que expresamos por los preferidos del Señor, esa entrada se reduce al orgullo y prepotencia por los caídos en desgracia a quienes despreciamos y abandonamos con nuestra indiferencia.
    Unificados y desuniformados se nos revela el amor predilecto de nuestro Dios,Cristo nuestro Señor, para reivindicarnos en sus deseos.
    Pidamos arrepentidos que sus sentimientos se consuman en nosotros pobres pescadores,hasta alcanzar su voluntad.
    Amén…

    1. Gracias por esas palabras llenas de esperanza «la puerta del reino está siempre abierta»

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