EL GRAN GIRO

Uno de los detalles más notorios de cualquier ejercitante que supera la Primera Semana es el cambio de modalidad de oración, de meditación a contemplación. Es un cambio, por así decirlo, abrupto pues luego de una experiencia aquilatada haciendo uso de la memoria y el entendimiento, pasamos a una oración más pasiva, gratuita, como es la contemplación.

Un motivo claro es la materia misma de oración. Los misterios de la vida de Cristo que tratamos de contemplar desde la Encarnación en adelante requiere de nosotros una actitud afectiva, que nos logre, precisamente, modelar desde dentro, no solo “convencer” nuestro entendimiento. Efectivamente, la contemplación quiere que, poniendo nuestros “sentidos internos” podamos acercarnos lo más posible a la experiencia de Dios y podamos así transformar nuestra sensibilidad, educar nuestros sentidos externos y así, nuestra manera de comprender e interactuar en el mundo.

Ahora, este giro también obedece a que ha sucedido un gran acontecimiento: el perdón. La experiencia de Dios que ha vivido el ejercitante en Primera Semana no solo ha sido la conciencia de sus pecados, del desorden de sus operaciones, del origen de su pecado, de sus heridas, de la maldad del pecado, en fin, sino sobre todo la experiencia del perdón, que es como Dios concreta su misericordia en nosotros, como ejercitantes.  Luego de mucho meditar y ponernos frágiles ante Cristo crucificado (Ej 53), nos encontramos necesitados de Él radicalmente: no podemos salvarnos a nosotros mismos de nuestro propio egoísmo. Así las cosas, esperamos una acción radical del Señor y es su perdón, el que nos libera de la culpa, sana las heridas y al mismo tiempo comienza a ordenar nuestros afectos.

Cuando una persona recibe el perdón en los Ejercicios, está recibiendo el acontecimiento más intenso que puede vivir en los Ejercicios. No exagero, estamos ante un “antes” y un después”: el perdón, que es Dios mismo dándose de una manera total, capaz de desatar todo egoísmo, nos vuelca completamente hacia afuera. Por eso la pregunta ante el Cristo crucificado no se detiene sobre el pasado ni sobre el presente, sino sobre el futuro, porque el perdón en los Ejercicios nos proyecta más allá de nuestra propia cerrazón: ¿qué he de hacer por Cristo?

Por ese motivo la meditación que inaugura la Segunda Semana, luego del contraste entre el rey temporal y el Eternal, trata de recoger esta pregunta provocándonos una evaluación sobre nuestro deseo de entrega a Él: ¿entregarás solo tu trabajo o tu oblación alcanza a implicarte por completo? Este deseo es el deseo articulador del resto de los Ejercicios, las contemplaciones están en función de afectarnos profundamente para que esa respuesta esté enraizada en lo más profundo, de tal manera que nuestra entrega sea la que Dios nos pide (elección).

Por este motivo la meditación, salvo lo que después llamaron “Ruta Ignaciana” (Banderas, Binarios y Grados de Humildad), sobra. Ya tenemos una motivación grande, que viene a ser “pulida”, con los sentidos y los afectos con la contemplación, porque más sabremos si estamos respondiendo a Dios con ellos que con nuestro entendimiento, como lo hacemos con la meditación.

Por: Andrés Hernández Caro, S.J.

HABLEMOS DE UNA CIERTA DEUDA QUE TENEMOS CON DIOS

Dice el libro del Deuteronomio 6,4-9: “Escucha, Israel. Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh. Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas.”
Difícilmente puede comprenderse la trampa que quisieron tenderle a Jesús los discípulos de los fariseos y los herodianos (Mateo 22,15-22), si no se tiene en cuenta el mandamiento arriba citado. Además es necesario recordar que Jesús era judío, al igual que María y todos los apóstoles. Por lo tanto, Jesús no podía pasar por alto ese mandamiento. Asumirlo con radicalidad suponía un total sometimiento a Yahveh.


Sin embargo, políticamente el Imperio Romano tenía sometido al pueblo judío. Una de las formas a través de las cuales se expresaba dicho sometimiento era “el tributo al César”. El estatus de «César» fue regularizado como el título dado a un emperador designado y era conservado tras subir al trono. Ser emperador suponía haber alcanzado la más alta dignidad política, pues dicho título se daba a quienes tenían por vasallos a otros reyes o grandes príncipes. Es importante recordar que en la antigüedad se consideraba que eran los dioses quienes elegían al rey. En otras palabras, el rey era un “elegido” de los dioses. Esta idea tuvo cabida en muchos pueblos e incluso en algunos el rey era considerado algo así como un semi-dios. Además, se afirmaba que las leyes establecidas por el rey eran dictadas por los dioses. De ahí el carácter sagrado de la ley. Si esto se decía de un rey, ¡qué decir entonces de un emperador!


La trampa aparece con claridad: si Jesús hubiese respondido que no era necesario pagar el tributo al César pues al único que se debía estar sometido era a Yahveh, lo hubiesen acusado de ir en contra del César, máxima autoridad romana, lo que habría sido suficiente para ser denunciado ante el imperio. Pero si hubiese dicho que sí debía pagarse, habría sido acusado ante los Sumos Sacerdotes por desconocer el mandamiento primero de la ley judía.


Pero la respuesta de Jesús dejará admirados a quienes lo han interrogado: “Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios.” Nótese la palabra “devolver”. Entre otras acepciones, significa “restituir algo a quien lo tenía antes”. Tratemos de aclarar el punto: en el buen sentido, cuando se paga un tributo en dinero estamos reconociendo que hemos recibido un beneficio como consecuencia de los proyectos emprendidos por quienes gobiernan. Los gobernantes nos han ayudado a construir un puente para facilitar el transporte; nosotros devolvemos en dinero la parte del valor de la obra de acuerdo al número de personas beneficiadas. Así dicho, es fácil comprender la frase “lo del César devolvédselo al César.” Tal vez nos va a resultar más complejo entender qué significa “lo de Dios devolvédselo a Dios.”


San Pablo nos da una pista: “El Evangelio que predicamos no llegó a ustedes sólo con palabras, sino con el poder de Dios, y con la fuerza del Espíritu Santo y la plenitud de los dones divinos” (1 Tesalonicenses 1,5). ¿Qué nos ha dado Dios que nosotros debemos devolverle? Pues todo eso: la plenitud de los dones divinos. Desde el mismo momento de ser concebidos a la vida, Dios nos llena en toda su plenitud. Dios quiere ser todo en nosotros. Pero necesitamos hacerle espacio dejando que fluya, desde nosotros y hacia nuestros hermanos, todo lo que Él nos da.


¿Cuáles son los dones divinos? Son los siguientes: don de sabiduría para comprender la maravilla
insondable de Dios y sentirnos movidos a buscarle sobre todas las cosas, en medio de nuestro
trabajo y de nuestras obligaciones; don de inteligencia para descubrir con mayor claridad las
riquezas de la fe; don de consejo para ayudar a otros a encontrar los caminos de la santidad, el
querer de Dios en sus vidas, para seguir la solución que más concuerda con la gloria de Dios y el bien
de los demás; don de fortaleza para mantener continuamente el entusiasmo y superar las
dificultades que sin duda encontramos en nuestro caminar hacia Dios; don de ciencia para juzgar
con rectitud las cosas creadas y mantener nuestro corazón en Dios y en lo creado en la medida en
que nos lleve a Él; don de piedad que nos mueve a tratar a Dios con la confianza con la que un hijo
trata a su Padre; temor de Dios que induce a huir de las ocasiones de pecar, a no ceder a la tentación,
a evitar todo mal que pueda contristar al Espíritu Santo, a temer radicalmente separarnos de Aquel
a quien amamos y constituye nuestra razón de ser y de vivir.


Devolver a Dios lo que es de Dios significa reconocer en primera instancia que Dios nos lo ha dado
todo. No hay nada de lo cual disfrutemos que no sea don de Dios. La vida en primer lugar; y luego
todo lo demás. Si tuviéramos una actitud humilde para reconocerlo no nos resultaría tan difícil
devolverle lo que Él nos ha dado. Por otra parte, al devolver a Dios lo que es de Dios -algo que sólo
podemos hacer en la medida que descubramos que Dios nos espera en nuestros semejantes- nos
sumergimos en el flujo vital que permitirá nuestra más plena realización como seres humanos.


Muchos hombres y mujeres lo han logrado: se han sumergido en el fluir divino de Dios, alcanzando
así “gozos superiores”. San Ignacio de Loyola lo descubrió. Después, no tuvo manera más simple de
orar que decir: “Tomad Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi
voluntad; todo mi haber y mi poseer; vos me lo distes, a vos Señor lo torno; todo es vuestro,
disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia que esta me basta. Amen.” Santa
Teresa de Jesús, decía algo parecido: “Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa. Dios no se
muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta.”


Sólo hay una manera de amar a Yahveh: devolviendo a Dios lo que es de Dios. Y esto sólo se hace
de una manera: amándonos los unos a los otros. Jesús lo sabía muy bien. No hay otra forma de
colaborarle para salvar la humanidad.

P. Jose Raúl Arbelaez, S.J.

APLICACIÓN DE SENTIDOS

La visión antropológica de Ignacio es muy rica.  Si hubiera nacido en un tiempo anterior, hubiera sido tal vez más corta, pero las oportunidades que le dio la vida en los inicios del siglo XVI le permitieron elaborar una comprensión de lo humano muy bella, además de muy positiva.  Su paso por las cortes, en especial por la de Arévalo, le llevó a cultivar una cierta sensibilidad por las letras.  De seguro, allí aprendió también a cultivar su oído pues según parece se deleitaba con ciertos géneros musicales de la época. Tal como lo estarás pensando, la imagen árida del militar que se cultivó por tantos años contrasta con la realidad de un hombre sensible, capaz de dejarse afectar por la belleza. 

Esta educación cultural de Ignacio en España recibió en Francia su mejor horizonte. El cultivo del humanismo en la Universidad de París le llevó a comprender que esta sensibilidad no era solo un aspecto folclórico de la vida humana, sino informaba la manera como se pensaba y se concebía el mundo. Por este motivo Ignacio insistió tanto en la “pietas et eruditio”, en la experiencia de Dios cultivada en escenarios de cultivo cultural y académico, pues nada de lo humano podía quedar exceptuado de la experiencia de Dios, ya que lo humano es precisamente su escenario natural.

La formación que recibió Ignacio, como vemos, nos ayuda a comprender por qué luego se gana la fama de ser un gran conocedor de la interioridad humana. Y es que no solo se detuvo a cultivarse él mismo, sino se sintió impulsado a compartir su experiencia espiritual con otros, con el mismo calibre y sintonía.  Prueba de ello son las conversaciones espirituales y el intenso flujo epistolar, en las que podemos ver tantos hombres y mujeres que gozaron de la sensibilidad y profundidad de Ignacio.

Pero, ¿cómo hizo para llevar esta experiencia interior a los Ejercicios? Es decir, ¿cómo encontró en la experiencia de su cultura y en la recuperación humanista de la sensibilidad una pedagogía para el encuentro con Dios?  Si pudiéramos preguntarle a Ignacio cómo es el orden de la comprensión humana, él diría que tiene una base perceptiva muy importante. Si en el medioevo se sospechaba de la percepción como camino hacia Dios, Ignacio encontrará allí más bien una oportunidad para el encuentro con Él, pues cree que no solo colabora en los procesos mentales sino es una fuente importante para el enriquecimiento de la vida interior.

Aunque Ignacio en los Ejercicios no propone nunca la práctica de percepción de sentidos, parece que lo supusiera, pues habla de unos “sentidos internos” que se estimulan por medio de la imaginación a la hora de contemplar, que pretenden afectar los sentidos externos, los corporales. Palabras más, palabras menos, es como su hubiese una correspondencia entre “sentidos externos” y otros internos, los cuales son estimulados por la acción de Dios misma en el hombre. Cuando Ignacio propone desde la Segunda Semana la “aplicación de sentidos”, más que proponer una manera de oración, está sugiriendo repasar y reposar la experiencia de afectación de los “sentidos internos” que se vivió en la contemplación, precisamente para intensificar la experiencia espiritual con el propósito de reconfigurar el orden perceptivo y así transformar la sensibilidad del ejercitante.  Me explico: Ignacio tiene una apuesta con la contemplación y es que el estímulo de los sentidos internos no solo redunde en un “aprovechar” de las cosas relativas a Cristo (saber cosas de Él, dejarse admirar o incluso aleccionar), que ya es una buena cosa, sino es todavía más punzante, pues Ignacio quiere cambiar la manera como percibimos dejándonos afectar por la manera como nuestros sentidos internos son afectados por Dios durante la contemplación y estos a su vez educan la manera como percibimos, externamente, con nuestros sentidos corporales.

El problema espiritual, diría Ignacio, no está en el mundo y su realidad, sino en la manera como lo percibimos, pero el dato que extraemos de nuestros sentidos corporales todavía no está educado, tocado, afectado por la experiencia de Dios y por eso se concentran allí muchas pretensiones egoístas, en las que nos buscamos a nosotros mismos. Por este motivo Ignacio quiere que la experiencia espiritual de la contemplación, al afectar los “sentidos internos” estos lleguen a modificar la manera como los sentidos externos informan a los procesos internos sobre qué es la realidad, desde la experiencia de Dios.   Por eso los Ejercicios desembocan en la Contemplación para Alcanzar Amor, que no es otra cosa que el retrato de una sensibilidad transformada: se trata de una experiencia de percepción de la realidad en la que se reconoce la acción de Dios en todo, capaz de movilizar los procesos internos para sintonizarse con lo que encuentra, que es puro don, y por eso el ejercitante reza “Tomad, Señor y recibid, toma mi libertad…”. En efecto, el gran resultado de los Ejercicios es cambiar la manera de participar en el mundo, no porque el mundo haya cambiado, sino porque el mundo interior cambió y la experiencia de Dios alcanzó a conquistar, no solo la mente o las emociones, sino algo todavía más radical: nuestra sensibilidad, nuestra percepción…. Y por eso “todo parece nuevo”.

Por: Andrés Hernández Caro, S.J.

Hablemos de… Presentación del blog

Es el nombre que he querido proponer para este Blog, inspirado por una cita del Padre Gustavo Baena, S.J., en su libro Fenomenología de la Revelación. Dice el Padre Baena: “Hablar de Dios sería, entonces, hablar de mí mismo.” (Fenomenología de la Revelación. Teología de la Biblia y hermenéutica, Verbo Divino, 2011, p. 1100). Es propio del ser humano “hablar”. Es uno de los aspectos que le distingue de todos aquellos animales que, incluso mostrando rasgos de innegable “inteligencia”, no alcanzan a tener la habilidad de hablar.

Ahora bien, no hay nada de lo que nosotros podamos hablar que no esté relacionado, de algún modo, con el ser humano: si hablamos de la paz, de la justicia o de la armonía social y medioambiental, estaremos hablando explícita o implícitamente del ser humano; si hablamos de filosofía, historia o psicología, de guerra, violencia o maltrato, hablamos, directa o indirectamente, del ser humano; si hablamos de nuestro asombro ante la inmensidad del cosmos, de lo maravilloso que nos resultan los adelantos científicos, de los grandes deportistas, músicos, poetas y artistas, hablamos, de uno u otro modo, de seres humanos; si hablo de los animales, los vegetales o los minerales; si hablo de una canción, de una pintura o de la danza; si hablo de religión, de creencias, de relatos mitológicos, cuentos, literatura, cine o teatro, hablamos, sin duda, del ser humano.

En fin, que justamente por todo eso, este blog propone, de diferentes modos, hablar del ser humano. Y lo haremos a partir de diversos extractos de textos de autores reconocidos o no; o de poesías que podrían despertar o acrecentar nuestra sensibilidad; o de cortos videos que nos pueden resultar muy sugerentes; o de canciones que pueden llegar a movilizar nuestros sentimientos; o, finalmente, de algunas reflexiones de mi propia autoría que, tal vez, puedan resultar valiosas para algunos de ustedes. En todo caso hablaremos de aquello que nos puede llevar a reflexionar, pensar, interrogar. Creo que, en sentido amplio, hablar del ser humano, en cualquiera de sus múltiples facetas, es hablar un poco de mí mismo. Y, siguiendo al Padre Baena, será, por tanto, hablar de Dios.

El pasado lunes, 15 de agosto, durante la Asamblea del Cuerpo Apostólico de la Compañía de Jesús en Colombia, el Padre Provincial, Hermann Rodríguez, S.J., cuando hacía la presentación de lo que ha dado en llamarse “La manzana Jesuita”, afirmaba lo siguiente: “La conversación designa el método apostólico esencial de la tradición jesuita. Para Ignacio y los primeros jesuitas encontrar el camino que mejor se acomoda a cada persona exige de una conversación íntima que se hace desde el lenguaje del corazón. Esta conversación consiste en un intercambio caracterizado tanto por la escucha activa y receptiva, como por la expresión de aquello que nos toca más hondamente. Conversar es, en su sentido más radical y profundo, convertirse al misterio del otro. La conversación invita a salir al encuentro de la alteridad, superando el valladar del propio claustro interior para convertirse en un servidor del otro.”

En fin, lo que busco, pues, en últimas, es provocar, incitar, estimular, instigar, suscitar -como ustedes le quieran llamar- conversaciones que partan “desde el lenguaje del corazón” y que enriquezcan nuestra manera de comprender y apreciar la vida. Aquellos que se sientan aguijoneados por esta propuesta y quieran responder compartiendo su manera de pensar con respecto a lo que se publique en este blog, pueden escribirme a joseraularbelaez1@hotmail.com o a través de WhatsApp en el 3146300195.

José Raúl Arbeláez S.J.