Comunitas Matutina Octubre 22 2023

No se queden recordando lo antiguo

“No se queden recordando lo antiguo”, son las palabras del Señor en el libro de Isaías (43, 18). En realidad, esta recomendación no es fácil de acatar. Tenemos la tendencia a encarnizarnos en el pasado haciendo uso de la memoria. Tanto eventos tristes, luctuosos o desagradables; tanto aquellos que han significado experiencias gozosas, alegres, satisfactorias; unos y otros puede la memoria hacerlos casi “presente” para muchos de nosotros, o para todos en algún momento de nuestras vidas. Ya sabemos la frase popular referida a dicho ejercicio de la memoria cuando se enfoca en los eventos positivos: “Todo tiempo pasado fue mejor”. Es verdad, algunos podemos regodearnos en el pasado, venturoso o desafortunado, y perdernos así el presente, tiempo en el cual Dios está creando algo nuevo.

Muchos profetas han hecho eco a estas palabras de Dios: “No se queden recordando lo antiguo”. Jesús fue particularmente insistente en ese aspecto. Sobre todo, lo enfatizó ante la realidad del pecado, convertido para muchos de nosotros en uno de los anclajes que nos hace estar permanentemente atados al pasado. El pecado genera remordimiento. Y el remordimiento nos ata al pasado: “Si hubiese procedido de otra manera; si hubiese hecho lo que me aconsejaron; si no me hubiera dejado llevar de mis impulsos”. Y perdemos energía y alegría volviendo sobre asuntos que ya no pueden ser modificados, hacen parte del pasado y allí permanecerán.

“De nada sirve llorar por la leche derramada”, es otro refrán popular que viene al caso. Jesús lo tiene claro. Por eso dice a la mujer acusada de adulterio: “Vete, y de ahora en adelante no peques más”. La invitación que le hace supone colocar la mirada en lo que puede ser construido desde el presente. Una nueva realidad tiene que ser soñada y dinamizada. “Vete, y de ahora en adelante…” son las palabras que propone Jesús para hacernos caer en la cuenta de la necesidad de ponernos en camino (“vete”; “toma tu camilla”, dirá a otro); son las palabras que nos llaman a comprender que desde este presente siempre podremos construir realidades nuevas. En cambio, nada construimos cuando colocamos nuestros pensamientos, nuestra mente, nuestro corazón y nuestras energías en un tiempo pasado que resulta inmodificable.

Muchas veces he escuchado a personas que se acercan a confesarse: “Padre, este pecado ya lo confesé, pero quiero volver a pedir perdón por ello”. Esa es una de las típicas situaciones que indican que una persona se ha quedado anclada en el pasado. Dios nos perdona, sin duda, pero luego tenemos que escuchar las palabras de Jesús que nos dice “vete, y en adelante…”. En realidad, la expresión “y en adelante…” puede significar una infinidad de posibilidades de acción vinculadas al querer de Dios y por lo tanto alejadas del pecado. El reto no es solamente no volver a pecar. Si uno se queda ahí significa que ha quedado a medio camino. O tal vez ni siquiera eso. No volver a pecar significa que habrá que aprovechar la vida haciendo algo diferente por fuera del ámbito del pecado. Hay que intentar hacer el bien, para quitarle espacio al pecado.

San Pablo lo ha entendido bien. El pasado es basura. Le interesa reproducir en su vida presente la muerte de Jesús para llegar a resucitar de entre los muertos. Sabe que su historia está marcada por el pecado, pero no se empantana en remordimientos y quejas infructuosas. Sabe que tiene una meta; entonces, lucha por alcanzarla.

Otros más recientemente nos han recordado lo mismo. Facundo Cabral no se cansaba de insistir en este tema. Algún día dijo: “Vacíate de pasado y te llenarás de presente, siempre rico cuando lo vives sin preconceptos. En el pasado te encierras con lo muerto, es una muralla que te separa de lo vivo”. Y también nos recordó lo mismo en una canción muy sencilla que dice: “Este es un nuevo día, para empezar de nuevo, para buscar al ángel, que me crece los sueños. Para cantar, para reír, para volver a ser feliz”.

También un bello poema de Mario Benedetti nos recuerda lo inútil que resulta instalarnos en el pasado. Se titula Ayer:

Ayer pasó el pasado lentamente 
con su vacilación definitiva 
sabiéndote infeliz y a la deriva
con tus dudas selladas en la frente.
 

Ayer pasó el pasado por el puente 
y se llevó tu libertad cautiva 
cambiando su silencio en carne viva 
por tus leves alarmas de inocente. 

Ayer pasó el pasado con su historia 
y su deshilachada incertidumbre 
con su huella de espanto y de reproche 
fue haciendo del dolor una costumbre 
sembrando de fracasos tu memoria 
y dejándote a solas con la noche.

Pero volvamos al contexto del pensamiento cristiano. La alegría del Evangelio, del Papa Francisco lo afirma también de manera enfática: “En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres, pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia” (No 84).

Los colombianos a veces parecemos irremediablemente anclados al pasado. Como si viviéramos en él. Incapaces de crear, juntos, en el presente, condiciones nuevas que nos permitan disfrutar realmente de justicia y paz, de equidad y armonía. Cambiar dicha condición requerirá encontrar alguien que como pueblo nos empuje a desatar el nudo de los remordimientos y desinflar el deseo de vengar, al estilo “ojo por ojo”, lo que ya ha quedado en el pasado. Necesitamos alguien que nos perdone el pecado social que durante tantos años venimos cometiendo; alguien que nos diga con voz fuerte “vayan, y de ahora en adelante vivan justamente y en paz”. Jesús nos lo ha dicho hoy. ¿Tuvimos oídos para escucharlo? ¿Oímos su grito? De lo contrario será como dijo un famoso político europeo: “Si el pasado le gana al presente, perderá el futuro”.

P. José Raúl Arbeláez S.J. – Equipo CIRE Ampliado

Hablemos de lo mundano y lo celeste

Salir en busca de lo desconocido, alentados por una promesa, es el punto de partida adecuado en los caminos del espíritu. 

Al principio, no puedes tenerlo todo claro. Los magos no eran en aquel tiempo [es decir, en el tiempo de Jesús] esos simples prestidigitadores en que hoy se han convertido, que realizan trucos para alimentar lo ilusorio. 

Los magos de entonces eran personas de cultura que estudiaban lo trascendente e invisible, lo misterioso. 

Por eso mismo, no puede extrañar que se dejasen guiar por las estrellas, es decir, por lo de arriba. No permitían que les influyese sólo lo terreno, lo de abajo. Siempre miraban a lo alto, que es tanto como decir dentro: buscaban en el cielo algunas claves que les ayudasen a entender la tierra.

Buscaban en el universo alguna llave con que abrir la puerta de lo humano. Creían en el milagro, es decir, en lo que escapa de lo meramente sensible y racional. 

Los magos representan la búsqueda espiritual de todos los pueblos. Por eso son paganos, no judíos, lo que muestra la universalidad de este mensaje. 

Lo propio no se entiende sin lo ajeno. Necesitamos del forastero para llegar juntos a la vida de verdad. Entender estas palabras bastaría para erradicar cualquier fundamentalismo. […] Y esto es, al fin y al cabo, lo que todos nosotros buscamos: lo mundano, lo celeste y el camino de sanación que necesitamos recorrer para ir de uno a otro.  BIOGRAFÍA DE LA LUZ, Pablo d’Ors, Galaxia Gutenberg, 2022, p. 48-51

P. José Raúl Arbeláez S.J. – Equipo CIRE Ampliado

Hablemos del Presidente del Universo


Miles de veces, en nuestras celebraciones litúrgicas, y en muchas ocasiones más, hemos pronunciado la siguiente frase: “Jesucristo es nuestro Rey”. Tal vez desde muy niños comenzamos a escuchar la estrofa de una canción religiosa católica: “Tú reinarás, este es el grito / que ardiente exhala nuestra fe / Tú reinarás, oh Rey Bendito / pues tú dijiste ¡Reinaré!”. Si bien la alusión a Jesucristo como Rey puede ser comprendida de manera adecuada, es curioso que sigamos haciendo uso del lenguaje “real” en contextos políticos en los cuales la Monarquía, como forma de gobierno, lleva ya cientos de años en desuso. Nada raro que ese verso todavía se cante en muchos otros países mayoritariamente católicos donde la democracia, el socialismo moderado u otra forma de gobierno remplazaron la tradicional Monarquía. En Colombia, por ejemplo, el último virrey de la colonia fue Antonio Amar y Borbón, entre los años 1803 y 1810. Quiere decir que en Colombia, desde hace 204 años no se ha dado ningún otro período monárquico.

No podemos extrañarnos del uso que los Evangelios hacen de la palabra “rey”, referida a personajes de la historia del pueblo de Israel o de otros pueblos; no debe asombrarnos que Jesús la hubiese utilizado en las parábolas; tampoco nos puede extrañar el hecho de que los seguidores de Jesús la hubiesen utilizado para expresar el deseo de que fuese el gobernante del pueblo de Israel. Como sabemos hay pasajes explícitos donde se afirma que los seguidores de Jesús lo querían hacer Rey. Algo a lo cual Jesús siempre le hizo el quite. En ese contexto no nos asombra el uso de la palabra “rey”, pues era una época en la cual la monarquía constituía la forma típica de gobierno.

Por otra parte, es evidente que Jesús hablo de un Reino: el Reino de Dios. Esta constatación nos coloca frente a una paradoja: Jesús habla de un Reino de Dios sin Rey. En efecto, lo que Jesús propone es un Reino de Dios, no con un Rey ejerciendo su reinado, sino con un Padre ejerciendo misericordia. Jesús ha venido para mostrarnos al Padre, un Padre lleno de misericordia, de una infinita misericordia. Si un Reino de Dios estuvo claramente expresado en el mensaje de Jesús, es evidente también que ese reinado es ejercido por un Padre, el Padre de Jesús.

Teniendo en cuenta lo dicho, ¿qué sentido puede entonces tener una celebración de Jesucristo Rey del Universo? No tiene ningún sentido si nos imaginamos que esta celebración es la de un Jesucristo que está por allá en una nube, en un lugar inalcanzable y recóndito, en un trono real desde el cual observa impasible el modo como los seres humanos luchamos para sobrevivir en un planeta lleno de riquezas naturales pero inadecuadamente utilizadas, generándose así profundas grietas sociales expresadas en la inequidad y la injusticia que campea en la gran mayoría de países.

En cambio, tiene sentido si la vinculamos a la invitación que nos hace Jesús para acompañarlo en su “programa de gobierno”; si la vinculamos a nuestras actitudes y propósitos expresados de la siguiente manera: dar de comer a los hambrientos; dar de beber a los sedientos; acoger a los forasteros; vestir a los desnudos; visitar a los enfermos y a quienes están en prisión. Jesucristo no podrá llevar a cabo ese “programa de gobierno” sin nuestra participación. En otras palabras la celebración de “Cristo, Rey del Universo” es la celebración del modo “eficaz” como nosotros estamos llevando a cabo el programa planteado por Jesús para lograr que, en medio de nuestras realidades humanas, lo que vaya surgiendo con claridad sea la paz y la justicia. Un programa de gobierno propuesto no por un Rey sino por un Padre; un programa que nos ha sido comunicado no por un gobernante, sino por el Hijo del Padre.

Si cada uno de nosotros siente que efectivamente se está vinculando a este programa; si una comunidad parroquial siente que participa con alegría y entusiasmo en dicha propuesta; si nos esforzamos como ciudadanos para impulsar y apoyar propuestas efectivamente equitativas surgidas desde los ámbitos de gobierno establecidos; si somos capaces, con valentía, de reclamar justicia y paz ante las instituciones comprometidas con esos valores; si, finalmente, somos capaces de reconocer nuestras faltas, nuestra incoherencia, nuestra indiferencia con relación a dicho programa, si oramos y pedimos la conversión efectiva de nuestra manera de pensar y de vivir; si todo eso hace

parte de nuestro compromiso cristiano, entonces tendremos razones para celebrar. De lo contrario nada tendrá sentido. Seremos hombres y mujeres que gustan de llamarse cristianos, pero a los cuales Jesús nos llamará “hipócritas”.

Valdría la pena, políticamente hablando, preguntarnos cuál sería el cargo que podríamos equiparar hoy día con aquel de Rey, ejercido por los gobernantes en tiempos de Jesús. Creo que toda América está regida por “presidentes”. Si quisiéramos, pues, adaptar al lenguaje político actual la celebración que propone la Iglesia el día de hoy, deberíamos decir: Jesucristo presidente. Suena chocante, por lo cargado que está nuestro mundo político de corrupción y mentiras. Pero la expresión no se aleja de lo posible ateniéndonos a lo dicho más arriba.

Los “cristianos católicos” que habitamos Colombia somos muchos. Ese círculo se amplía diciendo simplemente que son muchos los “cristianos” en Colombia. Hay mucho cristianismo en Colombia, pero parece ser un cristianismo alejado del programa de gobierno propuesto por nuestro “Jesucristo presidente”. Pocos le caminan a ese programa; pocos creen en él; pocos lo asumen con entusiasmo. Muy poquitos, o tal vez nadie, se toma en serio aquello que sugiere Jesús de “vender todo lo que tenemos y dárselo a los pobres”. Pocos buscan la justicia como si fuera lo primero. Al contrario, nos lanzamos desaforadamente al ejercicio del consumo y la apropiación de bienes sin importar que se pase por encima de los demás. Nadie quiere mirar la viga que hay en su ojo, en cambio se empeñan en sacar a la luz pública la brizna de tierra que ha entrado en el ojo de los demás. Pocos ofrecen la otra mejilla a sus enemigos. No creemos en la paz. Hoy, pues, muchos han clamado: “Jesucristo presidente”, o “Cristo, Rey del universo”, pero que poquitos creemos en su plan de gobierno.

P. José Raúl Arbeláez S.J. – Equipo CIRE Ampliado

Hablemos de Nuestros Talentos


Tener conciencia de nuestra existencia es una experiencia desconcertante, asombrosa, absolutamente maravillosa. A cada uno de los seres humanos que han tenido el privilegio de existir se les ha abierto una puerta: la vida. Es una experiencia tan fascinante que, cualquiera sea la cantidad de tiempo que dure, siempre se hace corta, efímera: “Los años de nuestra vida son unos setenta, u ochenta, si hay vigor; mas son la mayor parte trabajo y vanidad, pues pasan presto y nosotros nos volamos” (Salmo 90,10). Hoy existen en el mundo más de siete mil millones de seres humanos. Yo que escribo y tú que lees, hacemos parte de ese multitudinario conglomerado. Un día atravesamos la puerta de la vida y esa puerta sigue abierta todavía. Esa realidad es sostenida por algo, una fuerza, una energía, un ser maravilloso, un Dios. Algo de lo cual nada podemos decir, ante lo cual mejor sería callar: “Mas Yahveh está en su santo Templo: ¡Silencio ante Él, tierra entera!” (Habacuc 2,20).

Nosotros, cristianos, creemos en Jesús y creemos que Él viene de Dios, que es Dios manifestado en la persona del Hijo, de Jesucristo. Por eso lo que Jesús nos enseña de Dios se constituye para nosotros en certeza. Aquello que Jesús nos manifiesta con su vida y su Palabra es “voluntad de Dios”, “querer de Dios”.

Una de las parábolas de Jesús quiere darnos a conocer cuál es la voluntad de Dios: nos dice que al abrirse la puerta de la vida para cada uno de nosotros, puso Dios a nuestro cuidado algo que pertenece a Él. Dios puso bajo nuestra responsabilidad ciertos bienes: “los dejó encargados de sus bienes”. Es necesario meditar profundamente esa realidad: cada uno de nosotros lleva consigo algo que sólo pertenece a Dios. Tenemos la tarea de cuidar algo muy querido por Dios, puesto que son “bienes” suyos.

Pero Dios no solamente quiere que los cuidemos, Él espera que los pongamos a producir. Y tiene como expectativa recibir el cien por ciento de aquello que ha puesto a nuestro cuidado. A uno les ha dado más, a otros menos, pero de todos espera que hagamos rendir esos bienes al cien por ciento. Para hacerlo tenemos este presente, este hoy que misteriosamente Dios nos regala. Con el pasado no podemos hacer nada; el futuro es incierto; en cambio el hoy sí es una posibilidad. Las circunstancias pueden ser difíciles; pero mientras contemos con este presente las posibilidades están abiertas. Alberto Cortez y Facundo Cabral lo cantaron bellamente: “Está la puerta abierta / la vida está esperando / con su eterno presente / con lluvia o bajo el sol”.

Por otra parte, la parábola claramente expresa la siguiente realidad: Dios nos da la vida, con la vida nos regala la libertad; pero luego Dios no se inmiscuye en nuestras decisiones. Nos aporta luces, nos regala a Jesús, nos advierte de mil maneras cuando ve que vamos por los caminos inadecuados; pero respetará siempre nuestras decisiones. Nunca Dios limitará nuestra libertad. Eso nos puede producir vértigo, miedo. En efecto, la parábola también aporta una gran claridad identificando el enemigo que puede llevarnos a fallarle a Dios: el miedo: “Tuve miedo”, dice uno de los siervos. Dios no lo justifica. Al contrario, le pone el nombre adecuado a lo que el siervo ha identificado como “miedo”: maldad y pereza. Son duros los términos, pero son reales. Probablemente todo miedo contiene en su raíz una cierta maldad, una cierta pereza. Hay maldad cuando escondemos lo bueno que Dios nos ha dado sabiendo que podría servirle a otros o a uno mismo. Hay pereza cuando, reconociendo que no existe un solo ser humano carente de dones, perdemos el tiempo presente sin llevar a cabo ningún esfuerzo para ponerlos a producir. La maldad, la pereza, en últimas el miedo, nos empobrece.

¿Cómo vencer el miedo que tantas veces nos puede asaltar? Jesús nos da una clave: la comunidad. Fue uno de sus mayores esfuerzos: lograr consolidar una comunidad. No fue fácil. El resultado lo alcanza Jesús como consecuencia de su vida totalmente entregada a la voluntad de Dios. La totalidad de su vida, incluida su resurrección. Ahí encontramos la fuerza de nuestra fe. Jesucristo es la invitación vital que nos hace Dios a participar plenamente de su proyecto creador, de su plan salvador. Vivir auténticamente una experiencia de comunidad, en la cual nos fortalecemos para compartir y hacer producir mutuamente los dones que Dios nos ha regalado, constituye, ya, la manifestación en la comunidad de la fuerza resucitada de Jesús. Esa fuerza existe; esa fuerza permitió que los apóstoles, discípulos y amigos de Jesús vencieran sus miedos y continuaran trabajando en la realización de la voluntad de Dios: construir verdaderas comunidades humanas, fraternas y solidarias. También Facundo Cabral y Alberto Cortez lo cantaron a su modo: “Está la puerta abierta / juntemos nuestros sueños / para vencer al miedo / que nos empobreció”.

San Pablo es un hombre lleno de esperanza. Él cree firmemente en lo que Jesús le inspiró. Por eso confía tanto en la gracia del Espíritu Santo. Sabe que el Espíritu Santo verdaderamente actúa al interior de los hombres y mujeres que conforman la comunidad. Por eso mismo se atreve a decir que “todos ustedes son hijos de la luz”. Creamos también nosotros, con la misma firmeza que somos “hijos de la luz”. Por eso, no nos distraigamos, no dejemos que entre la pereza en nuestras vidas. El presente es un tesoro y no podemos desaprovecharlo. Propongámonos realmente acrecentar en nosotros la capacidad que Dios nos ha dado para amar. De ninguna otra manera ha quedado tan claramente expresada la voluntad de Dios: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Lo dijo Jesús; pero no se quedó en palabras: lo vivió radicalmente. Eso que Jesús dijo hace siglos, recientemente no lo recordaron los cantautores a los que he aludido: “La vida es encontrarnos / para eso nacemos / porque el punto más alto / es llegar al amor”.

P. José Raúl Arbeláez S.J. – Equipo CIRE Ampliado